La coca andina: una visión de futuro (1)
Artículo escrito en el año 2001 y publicado originalmente en «Umbral – Revista del Conocimiento y la Ignorancia«, Nr. 13, Cusco 2001 – Homenaje a la Coca. Lima, Antares Artes y Letras, nov. 2001. pp. 87-97.
Por ALEJANDRO CAMINO DIEZ-CANSECO
Antropólogo peruano y Director del Museo de Plantas Sagradas, Mágicas y Medicinales en Cusco.
Hojas de Coca en Planta. Fuente: Wikipedia.
No se caracterizan los intelectuales peruanos por el entusiasmo. Alejandro Camino es una excepción notable. El «Sapo» es un hombre siempre inquieto. Un recuento de sus insólitos viajes bastaría para solventar esa afirmación. El inquieto entusiasmo, la gana de experimentar y descubrir signan a este peruano singular. Ahora vive en Nepal dedicado a asuntos antropológicos de montaña. El tema de la hoja de coca ha estado siempre entre sus preocupaciones.
El reconocimiento del valor simbólico de la hoja de coca en la tradición indígena es hoy lugar común de la antropología, comprensión del mundo andino que va de año en año ganando carta de ciudadanía en un espacio social eminentemente urbano, marcado por el prejuicio y la ignorancia. De la obra de Hipólito Unanue a los escritos de Enrique Mayer, la relevancia y carácter fundacional de la identidad andina a partir de la hoja sagrada son hoy paradigmas de la Ciencia Social.
Sin embargo, la confusión propia de aquel pensar trastocado por una ignorancia nacida de la negación, establece diferencias y disyuntivas en cuanto a los contenidos que se adscriben a aquella identidad étnica asociada con la planta ritual de los incas.
Ya sea un asunto de trascendencia vital -como infatigablemente es asumido por Baldomero Cáceres-, o tema marginal al debate científico contemporáneo, tal como cree entenderlo un buen numero de «intelectuales», la complejidad del asunto y sus múltiples caras rebasa ampliamente los modestos alcances de las herramientas analíticas de las Ciencias Sociales contemporáneas. Desde tiempos remotos, la coca ha sido, es, y seguirá siendo, un tema central y multifacético, inasible en su complejidad y totalidad al análisis vulgar de la metodología científica o de la reflexión puramente analítica. A más de su carácter eminentemente político, la coca lleva consigo una carga adicional de otra naturaleza: aquella que proviene del ser del mundo vegetal en su interacción profunda con el espacio vital de nuestra condición humana. La coca plantea, por principio, el abrirse a un diálogo activo con la naturaleza. De allí su relevancia para el siglo que recién inicia.
No faltarán quienes, con ligereza, devalúen el significado y lo sustantivo del símbolo, sea por ignorancia, insensibilidad o por el peso gravitante de la mediocridad informativa de los medios en estos tiempos.
Consustancial a la mentalidad del Occidente contemporáneo, el asignar a una planta y a sus potencialidades un valor depreciado, no es sino una expresión mas de la persistencia de este modelo conceptual del deteriorado pensamiento posmodernista. ¿Por qué una planta, una especie inferior? ¡Qué pregunta tan prosaica en un mundo digitalizado! ¿Qué tiene una planta para decirnos o enseñarnos, o desarrollar nuestras potencialidades? Salvo en el limitado terreno de la fitología y la nutrición, esta legítima y antigua reflexión ha sido dilapidada por más de un siglo. El predominio de ese pensamiento empobrecido y de cómo éste se expresa, dice más sobre de dónde provienen esas concepciones intrascendentes que propiamente del tema que nos concierne.
No hay planta alimenticia de importancia en el mundo que no encuentre en sus orígenes una asociación con la divinidad: la vid, el maíz, la yuca, la papa, el arroz, el trigo. Las plantas, y en particular aquellas con propiedades hoy burdamente denominadas psicodislépticas, han jugado un papel central en la historia de nuestra especie, su capacidad creadora, y el desarrollo de la cultura.
Connatural al chamanismo es el uso de plantas enteógenas (que permiten penetrar el espacio de la divinidad), una experiencia de alteración de la conciencia en búsqueda de espacios más vastos, una práctica que marcó en forma indeleble a nuestra especie durante su largo periodo como cazadora y recolectora. Es esta experiencia el sustento y base de toda la construcción posterior de las religiones a nivel planetario. No hay quien sobre este planeta pueda decir que no tiene muchos, y no muy lejanos antepasados, que interpretaron, a través de las experiencias psicoactivas, su naturaleza humana, su relación con el mundo natural y la de éste con lo divino. Fueron las plantas sagradas las que, con sus espíritus y sus químicas, revelaron a los pueblos que nos antecedieron las otras y muy variadas dimensiones de la realidad. Desde aquellas experiencias con estas plantas enigmáticas, que modificaran los puntos de referencia en los ejes temporales de la conciencia, hasta aquellas que abrieran las puertas a múltiples visiones de sub y supramundos. Experiencias no sólo del tacto o el olfato, sino más aún de la intensa e insondable conciencia. Muchas de estas visiones movilizaron pueblos, fundaron cosmologías, revolucionaron la historia de nuestra especie.
Fuese el don Juan de Carlos Castañeda, un parlanchín o un practicante de las ancestrales tradiciones esotéricas del sudeste norteamericano, el peso y la intensidad de su experiencia no sucumbe a análisis superficiales. Menos aún en los días de tribulación en que su obra salió a la luz. Antecedido por explotaciones en el vacío o en el vértice de los abismos, occidentales marginales como Gautier, Baudelaire, y luego Artaud, Michaux, entre tantos otros, experimentaron la exploración de la conciencia con plantas exóticas venidas de tradiciones milenarias.
El cacao y su enervante la theobromina, fueron sustento de filosofía y religión para el pueblo mesoamericano, tanto como lo fue el vino de uva para las tradiciones religiosas del mediterráneo. La vivencia de lo embriagante permitió dar rienda suelta a las teologías del animismo más vital al fundamentalismo monoteísta, entre ellas el cristianismo, en sus muchas variantes. No muy lejana está a la experiencia del mundo helénico con la cannabis en el culto de las vestales y otros encierros rituales de comunión embriagante con lo sagrado.
Reitero nuevamente: nos preguntarán, ¿por qué las plantas? Aquellos que insistan en su necedad no tienen espacio en sus mentes para percibir el aroma de las infinitas conciencias que nos habitan y de lo deleznable de la estructura del pensamiento humano. Quizás se satisfagan con los entuertos mediocres de la fantasía televisiva, de la comercialización digital de lo virtual prosaico.
El tacto hacia el pasado y hacia el futuro no es, por tanto, un sentido común. El peso de la experiencia vital de lo múltiple y lo relativo fijó huellas en el desarrollo del pensar y repensar de los pueblos. Lo afirman las teogonías milenarias de innumerables sociedades cuyas huellas marcan el derrotero de la raza humana. O por lo menos, me refiero al derrotero trazado que tan sólo se pierde o desdibuja en los últimos siglos de la existencia de nuestra especie sobre el planeta. Pérdida de brújula que quizás explique la crisis contemporánea.
En toda antigua civilización estos dones sagrados, reverenciados y utilizados con el rito y la etiqueta apropiados, consolidaron las normas, los valores y los principios éticos de la sociedad. Todos ellos se presentan o se originan en aquellos espacios fundacionales de la sociedad y la cultura. Los pueblos los tratan con reverencia y cariño: Mama coca, Santo Dayme (la banisteriopsis caapi); Santa María o Diamba Sarabamba (el cannabis). Son las plantas «maestras», las que guían y las que enseñan. Es así como el ayahuasca (banisterioopsis caapi), planta maestra por excelencia, enseña al nativo amazónico el camino de lo correcto, la vía para la curación, la estrategia para la reconstrucción personal, «en la ley de Cristo» como decía el famoso vegetalista loretano don Emilio Andrade Gómez. No muy lejos, el San Pedro (trichocereus pachanoi), del otro lado de la cordillera, guía la mano del experto en la sanación del alma y del cuerpo. Sin duda en los Andes y la Amazonía residen las mas variadas tradiciones en el uso de un sinnúmero de plantas psicoactivas.
Ningún continente escapa a estas tradiciones. En el Viejo Continente, las tradiciones en el uso de los hongos alucinógenos, tales como la amanita muscaria -el honguito pecoso de los alucinantes cuentos de hadas de la Europa medieval- subsistieron hasta no hace mucho en las poblaciones aldeanas de los Pirineos. Hasta hoy en día, los lapones (suomis) de Finlandia y Noruega mantienen viva la tradición de los hongos mágicos.
Las plantas siempre han sido el más obvio y eficaz vehículo de comunicación con los dioses. El hecho de que su presencia, reproducción y desarrollo dependa del todopoderoso Padre Sol, las inviste de un carácter singular. Como se diría hoy, el potencial energético de la biomasa vegetal puede contrastarse positivamente con el de los carburantes fósiles. El flujo de energía desde el sol, y el ciclo de los nutrientes orgánicos y minerales de la tierra, representan la formidable ingeniería autosostenida de la naturaleza. El modelo ecosistémico constituye un espacio cósmico al igual que un mantra budista en el lienzo de una Tanka tibetana. La experiencia de la totalidad, algo vivido como participación de lo sagrado, informa el pensamiento y la filosofía de estos pueblos cercanos a la naturaleza. Son verdaderos arcanos de una tradición y conocimiento que, perdido en los tiempos, hoy se constituye en la piedra angular del salvavidas sideral, trepado al cual se podían recrear las condiciones para la subsistencia de nuestra especie en una relación armónica con el planeta.
Tenemos pues el privilegio de vivir en estas épocas de tribulación, en un país en donde todavía hay muchos que participan de estos antiguos conceptos en su vida cotidiana. Marginales y empobrecidos, en sus tradiciones guardan una de las semillas más vitales para el inicio de un proceso de recomposición social que abra las puertas a un nuevo tipo de relación con la naturaleza.
Una mirada al futuro desde el pasado.
No es éste el lugar pata hacer un recuento detallado y documentado del papel variado y complejo que juega desde tiempos inmemoriales la mama coca en los Andes. Sin embargo recalaré en algunas de las llamadas funciones de la hoja de coca en la vida tradicional del poblador de estas montañas.
Sin duda, su rol más conspicuo pareciera ser aquel asociado a la vida religiosa y ceremonial en la cultura andina. La hoja de coca juega ciertamente un rol primordial en todo rito y ceremonia en los Andes: está allí en el bautizo cristiano, en el corte de pelo ceremonial, el matrimonio, los velorios, etc. Asimismo, es el elemento principal de las ofrendas a las divinidades tutelares de los pueblos: los Ápus, espíritus de las montañas a los que se debe la vida de hombres, animales y plantas. La coca es la ofrenda por excelencia infaltable en las ceremonias de pago a la tierra, sea en el inicio del año agrícola o en los ritos propiciatorios del ganado. Está también presente en las ofrendas relativas a las faenas comunales para la edificación de una casa para los recién casados, construcción de obras publicas, santificación de herramientas y maquinarias, etc. Para todas estas funciones, se recurre usualmente a especialistas en la materia.
Los denominados sacerdotes andinos, yatiris, paqos y altomisayoqs, utilizan la coca en todo rito público y privado. Existe asimismo una rica tradición de adivinación ritualizada a través de la lectura de la hoja.
A no dudar, a la hoja de coca también se le atribuyen innumerables propiedades medicinales y su uso está presente en las técnicas de sanación tradicionales de los Andes, sea consumida directamente, masticándola, en infusión, o utilizada como preparado, emplaste, frotación, o en sahumerio.
Mate de Coca. Fuente: Wikipedia.
La hoja de coca es consumida, conforme a las reglas de etiqueta aceptadas y a los cánones del consumo social, en toda faena o minka comunal. Pero también en el trabajo familiar o solitario de la chacra: en el chacmeo o roturación ceremonial de la tierra agrícola con el arado de pie o chaquitaclla, en el deshierbe, el aporque y la cosecha. Su consumo facilita la concentración en el trabajo, potencia la energía y resistencia, permitiendo una mayor eficiencia. De esta forma, el trabajo de la Pachamama se ve ennoblecido y enriquecido cuando éste se realiza en asociación con el chacchado o picchado de la hoja milenaria.
De estrategia alimentaria a base desnaturalizada de violencia y corrupción
La literatura antropológica es rica en referencia a las múltiples asociaciones de la coca al trueque y al intercambio no monetario en los Andes. Para entender el rol crítico de este vegetal en las extensas redes de comercio e intercambio en los Andes, precisamos en primer lugar caracterizar las estrategias de subsistencia del poblador de las alturas.
El horticultor tradicional de los Andes desarrolla una vida austera basada en una estrategia de subsistencia mixta, combinan do la agricultura y el pastoreo bajo las condiciones limitantes y de alto riesgo propias de las alturas. Las diferentes actividades agropecuarias están zonificadas verticalmente en razón de las diferentes potencialidades de los suelos bajo las variantes condiciones meteorológicas en el eje vertical. Bajo las nieves eternas y sagradas y hasta los 4200 msnm aproximadamente se practica exclusivamente el pastoreo, tradicionalmente de llamas y alpacas, a las que hoy se suman vacunos y ovinos. Una primera franja altitudinal está dedicada a los cultivos especializados capaces de soportar el rigor de las alturas (las variedades de papa amarga o chiri, no palatable para su consumo directo, para preparar el chuño y la moraya, la cañihua (chenopodium pallidicau/e), y, en forma reducida algunos tubérculos nativos como el izaño o masua (tropaeo/um tuberosum) y raíces como la maca (Iepidium meyenii). La zona altitudinal dominada por la papa (3800 a 3000 msnm), y asociada a la oca (oxa/is tuberosa), el olluco (ollucus tuberosas), y en menor grado a la racacha o virraca (racacia xanthorriza), la quinua (chenopodium quinoa), entre otros, siempre sembrados en asociación, es la zona principal en cuanto abastecimiento de carbohidratos. Por debajo de los 3000 msnm empieza a dominar el maíz, cultivo asociado al culto solar y gran fuente de proteína. Este, nuevamente siguiendo la tradición hortícola andina, se siembra asociado al poroto (phaseo/us vulgaris), la calabaza (cucurbita maxima), el yacon (polimnia sonchifolia), entre otros muchos, en una relación simbiótica. Por debajo del maíz, entrando a las tierras cálidas, se encuentran las chacras de la hoja sagrada.
Aquel que por razón de su limitado acceso a suelos agrícolas de tierras altas, por decir un pastor que tan sólo cuenta con chacras para sembrar papa amarga para producir chuño, lograba tradicionalmente -y hasta relativamente reciente- acceder a los cultivos de las partes bajas, intercambiando sus excedentes de chuño por hoja de coca. Para tal efecto, durante una de las tres o cuatro cosechas tradicionales de la mama coca, trasladaba a lomo de llama sus excedentes de chuño a las tierras cálidas. Allí, a tasas de intercambio muy favorable, intercambiaba su chuño por hoja de coca, en demasía. En el largo camino de regreso a su hogar, iba intercambiando los excedentes de la coca intercambiada -mas allá de los que requeriría para su propio consumo- por todo lo que su familia requeriría hasta la próxima temporada: maíz en grano, habas secas, sal, verduras frescas y fruta, etc.
Por igual, aquel campesino pobre cuyas tierras no le permitían producir excedentes para el trueque, se desplazaba estacionalmente a las plantaciones de coca para ayudar en la cosecha, a la espera de ser pagado con la preciada hoja. Nuevamente, en su camino de regreso a su lugar de origen, intercambiaba parte del bien ganado producto, por todo aquello necesario para sobrevivir en la altura para los tres meses siguientes. Las mitas o cosechas trimestrales de coca se marcaban con el calendario cristiano: Mita Concebida, Mita Santiago, etc.
De esta forma, a través del trueque con esta pseudo-moneda vegetal de los Andes, las familias pobres accedían a aquello que no estaban en capacidad de producir, o que a precios de mercado monetario, les era, y es, inaccesible.
Estas extensas redes de trueque e intercambio, que enlazaban a parientes y compadres permitiendo a unos sobrevivir en condiciones climáticas extremas, se han visto seriamente afectadas con el desarrollo del narcotráfico. Ciertamente, con una demanda del mercado ilegal, bien pagada y segura, la hoja de coca ha venido dejando de circular en las antiguas redes del trueque y el intercambio por alimentos. Esta carencia ha sido un factor de primerísimo orden en el creciente despoblamiento de las tierras altas, provocando un traslado masivo de campesinos pobres a los barrios marginales de las urbes costeras, o a las propias plantaciones de coca para el narcotráfico. Ha agravado también la situación nutricional de los pobladores de la altura.
La segunda opción -la migración a los crecientes sembríos ilegales de coca destinados al narcotráfico- para muchos campesinos se tomó en un seductor espejismo para salir de la miseria. Sin embargo, la violencia y la corrupción connaturales a toda actividad declarada ilegal, proceso paradójicamente alimentado por la denominada “guerra a las drogas”, hizo muy pronto del sueño esperanzador, un infierno. Sin dudas -como la historia lo demostraría una década después-, sería en estas zonas arrasadas por los programas de erradicación (e ilusa «sustitución») en donde Sendero Luminoso encontraría su caldo de cultivo: un contingente de campesinos frustrados, y una fuente creciente de recursos financieros para la compra de armas. Hoy sabemos también que no sólo los movimientos armados encontraron allí su «Wall Street”. Como era de esperarse, al poco tiempo se sumaron al lucrativo negocio cuadros de las Fuerzas Armadas. Siguiendo el patrón del denominado «triángulo de oro del opio» en el sudeste de Asia y el Líbano de los ochenta, la zona cocalera para el tráfico de coca, pasta básica y cocaína se convertiría en poco tiempo en trampolín para el negocio más rentable de los países ricos: el mercado clandestino de las armas. El Perú entró, paradójicamente, en un circulo vicioso, con un poder adictivo aún mayor que el de los químicos que la ciencia contemporánea extrajo de nuestro emblema vegetal, pervirtiendo su buen nombre y sus múltiples beneficios… ¡pobre destino el de pueblos perdidos en el vendaval de las confusiones contemporáneas! La historia no es nueva: un caso semejante, pero de otras dimensiones, se desarrolla en el Himalaya, en donde su «ganja» sagrada (la cannabis), vehículo eficaz para acceder al panteón sagrado del hinduismo, y de un budismo enriquecido por estas más antiguas tradiciones, se ve amenazada por la desnaturalización y el abuso.
El debate euroamericano al respecto es caliente y promiscuo. Gira en torno a legalizar, reprimir, descriminalizar, penar, tolerar, tratar a la víctima, etc. A nadie se le ocurre pensar en cómo funcionó la planta en antiguos y sabios pueblos, en donde el reconocimiento vital de sus virtudes los llevo a sacralizarla. Utilizada «conforme a la ley de Cristo», como sabiamente decía el don Emilio de Quistococha, quien contaba haber sacado de sus males a cientos de atribulados pacientes.
Las plantas pues, tienen sus poderes, algunos terapéuticos para pueblos perdidos en el laberinto de la confusión. Manifestaciones contemporáneas de este modelo, de alguna forma, lo representa la iglesia sincrética del Santo Daime en el Brasil acreano, originada en la debacle del caucho. Allí se veneran a tres divinidades que enseñan a los feligreses, el valor de la «verdad, el amor y la justicia» como proclama su lema. Ellas son Santa María, conocida en el nordeste como la diosa Diamba Sarabamba, la cannabis o maconha, y el Dayme, cipó o ayahuasca, que como toda planta maestro, guía y enseña. Finalmente , me contaba el padrinho a cargo de la Iglesia del Santo Daime en Colonia Cinco Mil, a dos horas de río Branco, que dan culto a Santa Clara, que da «claridade» a la que identifican con la «folha da coca», planta mitológica que nunca han visto. Pero su fundador, Irineu Serra, santón de origen nordestino, cuenta que en un sueño se le apareció el Inca Huascar del Perú, le dio la ayahuasca, y le dijo que él iba a formar una nueva iglesia que se extendería por el mundo. Esto ocurrió en las nacientes del rio Purús allá por los años veinte. Hoy la Iglesia del Santo Daime, cuyo rito gira en torno a la comunión con ayahuasca, y sus escisiones, como la União do Vegetal se extienden por los cinco continentes. Dicha iglesia hoy tiene sede en varias ciudades de Norteamérica, Europa y el Este de Asia. Pero, ¿cómo sacralizar en un mundo prosaico y desacralizado, en donde sólo cuenta lo que pesa y se mide?
La respuesta no está en el terreno de los humanos sino, quizás en el de las plantas. ¿Será que ellas ayudarán nuevamente al hombre a reflexionar sobre la vida, y nuestro breve transcurrir sobre el planeta? ¿O será que el Sol convertido en vil dinero y la ignorancia calzada con botas y realidades virtuales arrasará con lo que de vida queda en el planeta?
Dejemos a las plantas que decidan.
Katmandú, 4 de julio del 2001
(1) El autor agradece al Dr. Baldomero Cáceres por su gentil revisión del texto.
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