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Título
Petroglifos serpentiformes en la ciudad del Cusco. Contribución para el estudio de la plástica rupestre colonial.
Año
2016
Autoras
MUNIVE MACO, Manuel
Editorial
Instituto de Investigaciones Museológicas y Artísticas de la Universidad Ricardo Palma
Lugar
Lima – Perú
Referencia
MUNIVE MACO, Manuel
2016. «Petroglifos serpentiformes en la ciudad del Cusco. Contribución para el estudio de la plástica rupestre colonial». En Illapa, [S.l.], n. 9, nov. ISSN 1813-8195.
Fuente de Descarga:
Universidad Ricardo Palma, hacer clic aquí.
Sobre la publicación:
- Introducción
Clasificables dentro de lo escultórico por tratarse de relieves pero desatendidos como tales al estar, aparentemente, «decorando» las fachadas y muros de algunos edificios del Cusco colonial, el estudio de estos petroglifos y sus variantes ha sido postergado hasta fechas muy recientes.
Durante sucesivos viajes al Cusco entre el 2007 y el 2009 empezamos a familiarizarnos con las «culebras» que hallábamos labradas e incisas sobre algunos de los bloques pétreos que conforman los paramentos de varios edificios, principalmente coloniales, de su centro histírico. Aunque estos petroglifos pueden distinguirse a simple vista son inadvertidos por el turista común quien anda apremiado por confrontar la espectacularidad de lugares como Ollantaytambo o Machu Picchu. Es como si las expresiones plásticas rupestres que se encuentran en las calles céntricas de una ciudad cosmopolita como el Cusco se hallasen «mentalmente» más confinadas que aquellas otras situadas en parajes remotos e inhóspitos.
Resulta paradójico que la fotografia de Martín Chambi que insertamos como la primera ilustración de este trabajo sea específicamente la responsable de que su redacción haya sido pospuesta varios años ya que, en lugar de proporcionarnos certezas para empezar a hablar de algunos de sus petroglifos serpentiformes sembró la duda acerca de la autenticidad de sus ubicaciones: al cotejarla con una fotografia actual del mismo edificio -sede del «Museo Inka» de la Universidad San Antonio Abad- descubrimos que el frontis ha sufrido cierta alteración detectable en una sutil reubicación de los bloques de piedra que flanquean su pórtico y, sobre todo , en el aparente cambio del nivel de la calzada. Los primeros petroglifos que reconocimos entonces -exceptuando, desde luego, aquellos que proliferan en la calle «Siete Culebras», cuya celebridad también parece atentar contra una atención más cuidadosa de su complejidad iconográfica- se encuentran precisamente en un bloque del «zócalo» derecho de esta portada.
Aunque no podemos ser categóricos la fotografia de Chambi nos induce a pensar que este par de serpientes pudo no estar en ese mismo lugar cuando ejecutó la toma. Y si ésta fue realizada con anterioridad al terremoto de 1950, lo que parece más probable, entonces comprenderemos dichas alteraciones y consideraremos que debemos dejar abierta la posibilidad de que algunos de los bloques con petroglifos pudieron provenir de otros lugares, tanto de una ubicación distinta en el mismo paramento o, a lo mejor, del paramento de algún otro edificio cercano. En el caso concreto del bloque que contiene este par de petroglifos se halla tan cercano al nivel del suelo que esta ubicación lo expone a reacomodos, no siempre adecuados, como la renovación de la calzada o del alcantarillado, por ejemplo. Es fácil percatarse de que este bloque ha sido embutido sin mucha precisión y que quien lo hizo tuvo que servirse de pequeñas lajas a manera de cuñas para fijarlo.
Pero la fotografia de Chambi ofrece información adicional sobre la aparente escasa importancia que en el Cusco de entonces se daba a las fachadas antiguas: el aparejo de piedra «nativo» que flanquea el pórtico «español» del edificio -en el cruce de la Cuesta del Almirante y la calle »Ataúd»- aparece cuidadosamente pintado de blanco, «silenciado», tal como parece haber hecho consigo mismo el individuo cusqueño que vestido como un «personaje inglés» posa ante el lente de Chambi. Esta práctica, a la vez, puede explicar el que algunos de los petroglifos que revisaremos, fundamentalmente altorrelieves, luzcan parcialmente «borrados». Cubrirlos con pintura o rasparlos forma parte de una misma actitud que podría haberse iniciado inmediatamente después de la insurrección de Túpac Amaru (1780), cuando el gobierno español proscribe muchas de las prácticas culturales de la nobleza incaica.
Si toda ciudad es un escenario en constante metamorfosis, en el caso del Cusco, paradigma de la violenta superposición de una cultura sobre otra y de una transformación agravada por grandes sismos -al menos dos terremotos en trescientos años- hacer un análisis tentativo de la simbología de los petroglifos diseminados por sus callejas tomando como punto de partida su ubicación en el espacio urbano se presenta como algo dificilmente viable. Obstáculos similares debe enfrentar quien decida indagar acerca de la lógica que rige la distribución de las serpientes sobre los muros y vanos. (Por eso descartamos nuestra idea inicial de establecer una probable relación entre la distribución de los petroglifos en una fachada, la ubicación de ésta en el plano de la ciudad y las coordenadas de los ceques incas).