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Archivos de etiqueta: José María Arguedas

EXTRACTO: El Mito de Adaneva de la comunidad de Vicos (1965), comentarios de Arguedas (1975) y Román, Ortiz y Ossio (1980)

10 Viernes Jul 2020

Posted by cbrescia in Extracto, Patrimonio

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Adaneva, Alejandro Ortiz Rescaniere, José María Arguedas, Mito de origen

De acuerdo a José María Arguedas (1975), el mito fue contado por Juan Caleto y recogido por el antropólogo Alejandro Ortiz Rescaniere a inicios de los años 60 en la comunidad de Vicos, distrito de Marcará en la provincia de Carhuaz, región Áncash. Ortiz no conocía el quechua y la versión que publicó fue realizada con las características de las ‘narraciones orales’. Aquí la versión sinteizada por Arguedas y luego la que figura en el libro Educación y cultura popular: ensayo sobre las posibilidades educativas del folklore andino editado en 1980.

ADANEVA
(Síntesis de Arguedas)

Adaneva creó la humanidad antigua. El hombre antiguo hacía caminar a las piedras con azotes, como los ñawpas de Q’eros. Fueron hombres de fuerza descomunal. El dios Adaneva logró tener relaciones con la Virgen de las Mercedes (Mamacha mercedes) y la abandonó cuando ésta quedó encinta. El hijo de Adaneva y la Virgen fue Téete Mañuco (padre Manuel). Téete Mañuco, cuando llegó a ser mayor, destruyó a la humanidad antigua haciendo caer sobre el mundo una lluvia de fuego. Pero esa humanidad no está completamente muerta, cuando alguien pretende cazar pumas o zorros, que fueron el ganado del hombre antiguo, se oyen en el campo grandes voces que protestan. Extinguida la primera humanidad, Téete Mañuco hizo la actual y la dividió en dos clases: indios y mistis (“blancos”, la casta dominante). Los indios para el servicio obligado de los mistis. Creó también el infierno y el cielo. No hay hombre exento de pecado. El cielo es exactamente igual que este mundo, con una sola diferencia: allí los indios se convierten en mistis y hacen trabajar por la fuerza, y hasta azotándolos, a quienes en este mundo fueron mistis. La división de la humanidad en dos clases fue establecida por Dios y será eterna, porque Téete Mañuco es inmortal, puesto que todos lo años muere un día viernes y resucita el sábado. Se renueva año tras año.

Comentario de Arguedas: Sigue leyendo →

DISCO : José María Arguedas. Registro musical 1960 – 1963

06 Sábado Jun 2020

Posted by cbrescia in Reseñas

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Discos, José María Arguedas, Reseñas

Disco 1 de la colección de grabaciones seleccionadas y remasterizadas del archivo José María Arguedas custodiado por el Museo Nacional de la Cultura Peruana. Incluye música recopilada en diferentes provincias y distritos de las regiones de Apurímac y Ayacucho.

ARGUEDAS, José María.
2011. Registro musical 1960-1963. Lima: Ministerio de Cultura (Colección Centenario, vol. 1).

Durante su estadía como director del Instituto de Estudios Etnológicos del Museo de la Cultura Peruana, José María Arguedas promovió intensamente el registro de música tradicional de todo el Perú, en un intento de rescate de la expresión popular e indígena. Cuarenta años después de que Arguedas hiciera estas grabaciones y con motivo de conmemorar los 100 años de su nacimiento, el Ministerio de la Cultura presenta una colección de tres discos compactos que recogen una selección de las grabaciones musicales realizadas entre 1960-1963.

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Llamado a algunos doctores por José María Arguedas

07 Lunes Oct 2019

Posted by cbrescia in Artículo

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doctores, José María Arguedas


> Arguedas en la hacienda Vicos, en cuclillas en la esquina izquierda.

Llamado a algunos doctores
Por José María Arguedas

A Carlos Cueto Fernandini y John V. Murra

Dicen que no sabemos nada, que somos el atraso, que nos han de cambiar la cabeza por otra mejor.
Dicen que nuestro corazón tampoco conviene a los tiempos, que está lleno de temores, de lágrimas, como el de la calandria, como el de un toro grande al que se degüella, que por eso es impertinente.
Dicen que algunos doctores afirman eso de nosotros, doctores que se reproducen en nuestra misma tierra, que aquí engordan o que se vuelven amarillos.
Que estén hablando, pues: que estén cotorreando, si eso les gusta.

¿De qué están hechos mis sesos? ¿De qué está hecha la carne de mi corazón?
Los ríos corren bramando en la oscuridad. El oro y la noche, la plata y la noche también forman las rocas, las paredes de los abismos en que el río suena;
de esta roca están hechos mi mente, mi corazón, mus dedos.
¿Qué hay a la orilla de esos ríos que tú no conoces doctor?
Saca tu larga vista, tus mejores anteojos. Mira, si puedes.
Quinientas flores de papas distintas crecen en los balcones de los abismos que tus ojos no alcanzan, sobre la tierra en que la noche y el oro, la plata y el día se mezclan. Esas quinientas flores, son mis sesos, mi carne.

¿Por qué se ha detenido un instante el sol, por qué ha desaparecido la sombra en todas partes, doctor?
Pon en marcha tu helicóptero y sube aquí, si puedes. Las plumas de los cóndores, de los pequeños pájaros se han convertido en arco iris y alumbran.
Las cien flores de la quinua que sembré en las cumbres hierven al sol en colores, en flor se ha convertido la negra ala del cóndor y de las aves pequeñas.
Es el mediodía; estoy junto a las montañas sagradas: la gran nieve con lampos amarillos, con manchas rojizas, lanzan su luz a los cielos.
En esta fría tierra, siembro quinua de cien colores, de cien clases, de semilla poderosa. Los cien colores son también mi alma, mis infaltables ojos.
Yo, aleteando amor, sacaré de tus sesos las piedras idiotas que te han hundido.
El sonido de los precipicios que nadie alcanza, la luz de la nieve rojiza, de espantado, brilla en las cumbres;
el jugo feliz de los millares de yerba, de millares de raíces que piensan y saben, derramaré tu sangre, en la niña de tus ojos.
El latido de miradas de gusanos que guardan tierra y luz; el vocerío de los insectos voladores, te los enseñaré hermano, haré que los entiendas;
las lagrimas de las aves que cantan, su pecho que acaricia igual que la aurora, haré que las sientas y las oigas.
Ninguna máquina difícil hizo lo que sé, lo que sufro, lo que gozar del mundo gozo.
Sobre la tierra, desde la nieve que rompe los huesos hasta el fuego de las quebradas, delante del cielo, con su voluntad y con mis fuerzas hicimos todo eso.

¡No huyas de mí, doctor, acércate!
Mírame bien, reconóceme. ¿Hasta cuándo he de esperarte? Acércate a mí; levántame hasta la cabina de tu helicóptero. Yo te invitaré el licor de mil savias diferentes;
la vida de mil plantas que cultivé en siglos, desde el pie de las nieves hasta los bosques donde tienen su guarida los osos salvajes.
Curaré tu fatiga que a veces te nubla como bala de plomo, te recrearé con la luz de las cien flores de quinua, con la imagen de su danza al soplo de los vientos; con el pequeño corazón de la calandria en que se retrata el mundo, te refrescare con el agua limpia que canta y que yo arranco de la pared de los abismos que templan con su sombra a nuestras criaturas.
¿Trabajaré siglos de años y meses para que alguien que no me conoce y a quien no conozco me corte la cabeza con una máquina pequeña?
No, hermanito mío. No ayudes a afilar esa máquina contra mí, acércate, deja que te conozca, mira detenidamente mi rostro, mis venas, el viento que va de mi tierra a la tuya es el mismo; el mismo viento que respiramos; la tierra en que tus máquinas, tus libros y tus flores cuentas, baja de la mía, mejorada, amansada.

Que afilen cuchillos, que hagan tronar zurriagos; que amasen barro para desfigurar nuestros rostros; que todo eso hagan.
No tememos a la muerte, durante siglos hemos ahogado a la muerte con nuestra sangre, la hemos hecho danzar en caminos conocidos y no conocidos.
Sabemos que pretenden desfigurar nuestros rostros con barro; mostrarnos así, desfigurados, ante nuestros hijos para que ellos nos maten.
No sabemos bien qué ha de suceder. Que camine la muerte hacia nosotros; que vengan esos hombres a quienes no conocemos. Los esperaremos en guardia, somos hijos del padre de todos los ríos, del padre de todas las montañas ¿es que ya no vale nada el mundo, hermanito doctor?
No contestes que no vale. Más grande que mi fuerza en miles de años aprendida; que los músculos de mi cuello en miles de meses; en miles de años fortalecidos, es la vida, la eterna vida mía, el mundo que no descansa, que crea sin fatiga; que pare y forma como el tiempo, sin fin y sin principio.

***

Arguedas escribió el poema “Llamado a algunos doctores” originalmente en quechua. La versión castellana –del autor mismo- se publicó en El Comercio de Lima, el 10 de julio de 1966. La versión original apareció el 17 de julio de 1966 en el mismo rotativo.

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