Drogas Psicodélicas y Experiencia Religiosa
por Alan Watts
Extraído de
WATTS, Alan (1992). El Gran Mandala: ensayos sobre la materialidad. Barcelona: Káiros. ISBN 9788472452527
Las experiencias resultantes del uso de drogas psicodélicas son descritas con frecuencia en términos religiosos. Son por tanto de interés para los que, como yo, y siguiendo la tradición de William James, están interesados en la psicología de la religión. Durante más de treinta años he estado estudiando las causas, condiciones y consecuencias de esos peculiares estados de conciencia en los que el individuo se descubre como un proceso de relación con Dios, el Universo, la fuente del Ser, o como quiera que se le denomine según los condicionamientos culturales o preferencias personales de cada cual. Para experiencias de este tipo no tenemos todavía un nombre satisfactorio y definitivo. Los términos «experiencia religiosa», «experiencia mística» y «conciencia cósmica» son demasiado vagos para designar este tipo específico de conciencia que, para quienes lo han experimentado, es tan real y poderoso como un estado de enamoramiento. Este capítulo describe tales estados de conciencia inducidos por drogas psicodélicas, si bien son virtualmente indistintos de las experiencias místicas propiamente dichas. Posteriormente se discuten las objeciones hechas al uso de drogas psicodélicas, objeciones que tienen su origen principalmente en la oposición entre los valores místicos y los seculares y tradicionales propios de la sociedad occidental.
La idea de que pueda resultar una experiencia mística del uso de una droga es algo que no es fácilmente aceptado por las sociedades occidentales. Históricamente, la cultura occidental siente una particular fascinación por los valores y virtudes del hombre en tanto que ego responsable, individual y autodeterminante, que se controla a sí mismo y al mundo mediante el ejercicio de su voluntad. Nada podría pues resultar más repugnante a su tradición cultural que la noción de un crecimiento psicológico o espiritual logrado mediante el uso de drogas. Por definición una persona «drogada» tiene la conciencia disminuida, el juicio nublado y la voluntad anulada. Pero no todos los productos psico-trópicos (modificadores de la conciencia) son narcóticos o soporíferos, en la forma que lo son el alcohol, los opiatos y los barbituratos. Los efectos de la que actualmente se conoce bajo el nombre de productos psicodélicos (que expanden la mente) difieren de los del alcohol como la risa difiere de la rabia o el deleite de la depresión. En realidad no existe analogía alguna entre el estar «de viaje» a causa del LSD y el estar «borracho» a causa del whisky. A decir verdad, ninguno de los dos debería en este estado conducir un automóvil, pero tampoco se debe conducir cuando se está leyendo un libro, tocando el violín o haciendo el amor. Ciertas actividades creativas, así como ciertos estados mentales, necesitan de una concentración y devoción que son incompatibles con conducir un vehículo.
Personalmente, he experimentado con cinco de las principales sustancias psicodélicas: LSD-25, mescalina, psilocibina, dimetiltriptamina (DMT) y cannabis. Del mismo modo que William James con el óxido nitroso, yo he experimentado con estas substancias para ver si me ayudaban a identificar lo que podríamos llamar ingredientes «activos» o «esenciales» de la experiencia mística. Porque casi toda la literatura clásica existente sobre el misticismo es sumamente imprecisa, no sólo en la descripción de las experiencias, sino también en lo concerniente a los métodos recomendados para inducirlas —ayuno, concentración, ejercicios de respiración, plegarias, encantamientos y danzas—. Si a un maestro tradicional de Zen o Yoga se le pregunta por qué tal o cuál práctica conduce o predispone a una experiencia mística, responderá invariablemente: «Ésta es la forma en que mi maestro me lo enseñó. Ésta es la forma en que yo lo descubrí. Si estás realmente interesado, inténtalo.» Esta respuesta apenas puede satisfacer la mente impertinente y científica de un intelectual occidental. Le recuerda demasiado las arcaicas prescripciones medievales de cinco salamandras hervidas con un par de murciélagos, un poco de fósforo y tres pelos del bigote de un gato negro, precisamente en el momento en que la luna entre en la constelación de Piscis. Quizá diera resultado, pero ¿cuál sería entre todos ellos el ingrediente esencial? Sigue leyendo →