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PREFACIO: MAMA COCA
Por Wade Davis
Explorador residente, National Geographical Society
(prólogo a la reedición en Colombia de Mama Coca por Anthony Henman)
Cuando era un joven estudiante tuve la suerte de pasar varios en meses en Suramérica como asistente de campo de Timothy Plowman, botánico notable y explorador de plantas. Gracias a su mentor, el legendario etnobotánico de Harvard Richard Evans Schultes, Tim había conseguido la beca soñada por los académicos de la década de 1970, $250.000 dólares del Departamento de Agricultura de Estados Unidos para estudiar la coca, la planta más sagrada de los Andes y la notoria fuente de la cocaína. Sorprendentemente, aunque la coca era foco de preocupación e histeria públicas poco se conocía sobre ella entonces. Los orígenes botánicos de las especies domésticas, la química de la hoja la farmacología de la mascada, su papel nutritivo, la distribución geográfica de las variedades cultivadas, la relación entre las especies salvajes y cultivadas todo era un misterio. Desde que Golden Mortimer publicó su clásico Historia de la coca, en 1901, no se habían hecho esfuerzos concertados para documentar su papel en la religión y cultura de los Andes. El mandato que recibió Plowman del gobierno de los Estados Unidos, hecho deliberadamente vago por Schultes, era viajar a lo largo de la cordillera andina y atravesar las montañas, donde fuera posible, para alcanzar los flancos orientales y localizar la fuente de la planta conocida por los Incas como la Hoja Divina de la Inmortalidad.
Aunque la guerra contra la cocaína aún no había sacudido a los países andinos la coca y la cocaína estaban en la mente de todos a principios de la década de 1970; sin embargo, con algunas excepciones (como Anthony Henman, autor de este libro notable y pionero), era increíble que pocos hicieran la distinción obvia entre el alcaloide (aspirado, fumado o inyectado en concentración química pura) y las hojas de una planta que, con toda evidencia había sido usada de una manera natural benigna durante miles de años por los indígenas de los Andes. Casi todas las personas que encontramos —biólogos y antropólogos en las universidades, agentes anti-narcóticos en las embajadas estadounidenses, adictos a la coca con los ojos enrojecidos en las playas de Santa Marta y Punta Hermosa— hablaban como si las hojas de coca y el extracto químico puro fueran la misma cosa. Cuando mencioné la coca a un californiano que se quedaba en una pensión que compartimos en Lima, el mismo individuo que me mantuvo despierto la mitad de la noche mientras inhalaba cocaína como una Hoover en el cuarto de al lado, pensó que estaba hablando de chocolate. Sigue leyendo